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La salvadora hechizada.



Quizás este próximo testimonio que voy a contarles sea más propio de una novela en la que justifique mis actos, tal y como lo hizo mi amigo Jack el Destripador. Por muy enrevesada y fantástica que pueda parecer esta historia, sólo quiero demostrarles, oh, lectores míos, que todo lo que hice tuvo una mínima razón.


Imperaba la fría y umbría noche en los alrededores. Los maliciosos cuervios, siervos voladores del mismo Diablo, decidieron reunirse cual ángeles caídos en las maltrechas maderas qeu formaban el techo de mi humilde morada. Corazones sin sangre por la que latir y lúgubres gatos; quienes me vigilaban sin ojo; acechaban mis sueños. ¡Oh, Dios, cómo me miraban y despertaban los peores males pretéritos! Juroles que habrían asustado hasta al mismísimo Bencebú.


El caso es que unos malsonoros golpes a la roñosa puerta que daba la bienvenida a mi peculiar lar me rescataron del mundo de las pesadillas. Mas ansiaba mi alma revelar la identidad de aquel arcángel salvador. Tras el intenso quejido del pórtico, pude ver cómo dos ojos negros, vacíos y desalmados me observaban, ocultos desde las espesas nieblas, silenciosos y penetrantes como los luceros de mi querida, que se transformaron por culpa de aquel mísero felino, bendecido por las místicas brujas de medianoche. Oh, lectores míos, no se compadezcan por mi locura tras decir que poco tardaron en camuflarse por la denisidad de la noche, pues fue un acto verídico.


Pero no sería ésa la úñltima vez que me topara con esa mirada. Cualquier otro mortal hubiera sido rápido en olvidarla, pero Dios quiso que aquél fuera mi caso y que la tuviera por siempre en mi recuerdo.


A la tercdera o cuarta coincidencia; todas y cada una de ellas en el humilde tempppplo del Señor; quise agradecer que me salvara en aquella sombrñia noche, pues aquellos iris sin fondo reemplazaron a los gatos y a los corazones.


¿Y qué meojor manera, oh, lectores míos, que responder con susu mismos actos heroicos? Quizás ella sufría de semejante manera a mí, y podía, también, ayudarle tan gratamente, quién sabe.


En otra de las muchas coincidencias en el oratorio semanal, decidí acompañarla en el viaje de retorno desde las sombras. Cuando hubo llegado a su destino, descubrí que me llevaría más tiempo llegar ahí de lo que esperaba, pero, queridos lectores míos, cuando vuestro Narrador se propone llevar a cabo cualquier misión, por muy llevadera que pudiera ser, la completa; eso es lo que les diferencia del resto de mortales: infieles y mentirosos.


Una vez los despiadados cuervos proclamaron las doce campanadas que carcaban e iniciaban la medianoche, emprendí aquel nuevo juego. Pocos instantes después, permanecía de pie, atento y silencioso ante la puerta que le vio llegar a mitad del día. Indagando por sus afueras, pusde observar cómo dormitaba, tranquila e inocente, por una pequeña rendija. Pese a qeu sus párpados me impidieran verlos, sus profundos iris no se despegaban de mí.


¡Qué gran malestar al descubrir que esos mismos ocelos que vinieron a salvarme eran aquellos que alimentaban y daban cobijo al ser demoníaco que me hizo enloquecer muchas noches atrás! Tal fue la negra bilis que trepó por mis entrañas, oh, lectores míos, que ya no pude pensar en el agradecimiento a aquella delicada criatura. Debía adentrarme en su hogar fuera como fuere para asegurarme de que aquella bestia no introducía a otra persona inocente al abismo de la locura, como hizo conmigo.


Toqué tres veces el portal con mis desgastados nudillos. Cuando ella amaneció prematuramente para recibir a aquel huésped invisible, empleando mi increíble genio y astucia, escapé para acceder de una manera un poco más impactante.


Queridos lectores, no saben ustedes lo mucho que me dolió en el alma descubrir que tendría que repetir los hechos que hube de hacer aquella fatídica noche. La pobre muchacha, ya hechizada, me descubrió intentando salvarla de lo que le esperaba. No me pregunten cómo; porque no lo sé; pero el felino pudo encantarla de nuevo para que defendiera su mísera vida a uñas y dientes.

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