top of page

Dulce reencuentro.



Puede que lo que os vaya a contar ahora os parezca un poco extraño o fuera de lo común, pero lo extraño es que nadie me entienda a mí.


Por aquel entonces vivíamos en una pequeña casa, en uno de los barrios más transitados de Banh, una pequeña ciudad a media hora de Londres. Allí, mi hija y yo disfrutábamos de una vida tranquila que no nos había ofrecido nuestra anterior casa, en la que vivíamos con mi mujer. Tranquilos, que a ella no le hice nada. Fue mi hija, que me arrebató lo más valioso que tenía en la vida por su simple capricho de nacer. Claro que al principio no fui capaz de pensar que esa niña que esperábamos con tanta ilusión, hubiese tenido la culpa. Pero al final me di cuenta, ¡claro que me di cuenta! ¡Y nadie aún lo entiende! ¡Sólo yo soy capaz de verlo!


Cada tarde, al regresar de la escuela buscaba rodearme con sus brazos, como tentátulos y con sus sucias manos para implorarme un perdón que ni Dios le concedería y en el Infierno hasta se horrorizarían por su egoísmo. ¿Ahora entendéis mis actos? ¿O es que vuestra inteligencia limitada aún no ha llegado a comprenderlo?


Yo no tenía planeado que fuese ese día, pero la culpa, claro, fue suya, al volver a tocarme con esas manos que eran tan frías. Pero no os creáis que soy tan mal padre como mis palabras acontecen. La chimenea estaba encendida así que con mi buena intención me propuse calentárselas. Agarré sus manos asesinas y las acerqué a las llamas. No se tardaron en escuchar sus chillidos, que eran música para mis oídos, pero debía dejarla ir ya que si seguía berreando de aquella forma, los vecinos se enterarían.


Cuando llegó la noche y la niña dormía, entré a su habitación. Muchos creeréis que iba a darle un beso de buenas noches, pero los besos de buenas noches no se dan con un cuchillo en las manos, ¿verdad? Me acerqué muy lentamente a su lecho mientras notaba puestos en mí los ojos de sus muñecas. Me hablaban, podía notarlo, "¡Hazlo, hazlo, hazlo!." Me animaban continuamente.


Acerqué el filo del cuchillo a su cuello, dibujándole un collar que adquirió el color de la sangre. Después le di un par de puñaladas, la primera en el estómago y la última en su horrible corazón. La descuarticé y la metí en el baúl de sus juguetes, ahí podría jugar eternamente. Nadie habría pensado que yo podría cometer tal crimen. Me infravaloraron.


Una semana después, la profesora vino a casa. Preguntaba por la niña, ¡qué pesada era! Me disculpé unos minutos y me metí en el baño. Escuchaba los susurros de las muñecas. Me iban a delatar. Ellas sabían qué guardaba en el baúl. No iba a dejar que me descubriesen por un crimen que yo no había cometido. Nadie entendería que tenía razones de sobra para hacerlo. Cogí las tijeras y corté mi masculinidad, así jamás podría volver a engendrar un demonio como tal. Escuché que llamaba a la puerta. ¡Ya me había descubierto! Rápidamente pegué la estocada final y me clavé las tijeras en el corazón.

bottom of page